jueves, 30 de agosto de 2012

Cállate conciencia.

Vamos a jugar a marear al pato.
No sé qué pasa. No sé que pasará. Y no sé qué pasó y por qué estás tan adicto a ello. Es comprensible volver al pasado y estancarte en él de vez en cuando, nadar en barro una temporada pensando que es bueno para la piel hasta darte cuenta de que está lleno de gusanos. Yo lo hice una vez. Y comprendí que estaba equivocada.
Pero tú sigues obcecado en su pureza, sigues nadando en él pretendiendo que es agua limpia, sigues hundiéndote cada vez más y más en, y voy a decirlo claro, un montón de mierda. No me creo las excusas que sueltas para alargar un poco más tu estancia en arenas movedizas. Jamás me he creído nada de lo que me han dicho si sonaba bien, si sonaba a rosa. ¿Por qué? Porque siempre he tenido miedo a confiar y que me fallen de la forma más dolorosa posible: sacándome el corazón de las entrañas y abriéndolo con cursilería para luego tirarlo a la basura e ir a por otro. Quiero estallar tu cráneo contra un muro y reírme como si estuviera loca, como una bruja de Disney tras cometer el asesinato de la princesa. Pero no podría porque ya es demasiado tarde y se me ha salido el corazón del pecho. Lo veo en tu mano a punto de dormirse, mecido por la estupidez y desgranando un racimo de uvas que ni siquiera se está comiendo. Se está mofando de mí y me asusta saber que tengo todo a mi contra pero me esfuerzo en seguir navegando.
Contra todo pronóstico, mi cáscara nuez sigue intacta. Aún cuando creí que se había hundido hace tiempo.
Puede que me precipite y solamente quiera la sensación que produce ser querido, puede que sólo me haya encandilado el amor. Supongo que a ti también te gusta esa perspectiva de vida dado que te esfuerzas en que te quieran el doble, y cuantos más mejor. Debería colgarte en un árbol y ver cómo agonizas lentamente, cortarte con un cuchillo el estómago y enseñarte las tripas mientras aún vives.
No trates como prioridad a quien te tiene como opción, decían. Quiérete a ti mismo, decían.
Idos a la mierda, decían.
Dejadme dormir.

sábado, 4 de agosto de 2012

Disneylandia.

Cerró el libro, vertiendo un arco-iris difuminado sobre la cama y parte de la mesa. Un puñado de purpurina se esparció por el tapiz, dándole a la alfombra azul un dorado brillo. Su cara hizo una mueca de disgusto y su lengua comenzó a moverse dentro de la boca, intentando expulsar aquel sabor a azúcar refinado que la lectura le había dejado en el paladar. Se encendió un porro. Si tenía que ver unicornios, mejor que fueran producto de la marihuana.