Estoy deprimida, y no sé por qué. Tengo ese nudo en la garganta que te atenaza todo el cuello y muere en la laringe con un silencioso dolor. Creo que incluso tengo los ojos rojos e irritados por lágrimas que no quieren salir sin un motivo y por mirar al suelo durante todo el día. Sí, no he podido andar mirando al frente cuando he salido de casa, parecía que un gran elefante con una copa de martini en la mano adornada por una aceituna se había posado en mis hombros. Quizás fue convocado por mis recuerdos o por la película pastelosa que había visto por la mañana, Moulin Rouge. Quizás la envidia de una vida maravillosa, divertida, nueva y con algo que, desgraciadamente, pone color a nuestros días; el amor. Suena cursi, así dicho, amor. Es una palabra tan grande que no deberíamos aprender a decirla hasta los veintimuchos. Yo no puedo hablar de amor, porque nunca lo he sentido, así que dicho en mis labios queda vacío, forzado y escueto, como un patito de goma desinflado.
Ahora se me ha deshecho el nudo y me ha dejado una agradable calidez en la garganta. Estoy más relajada porque lo he soltado todo. Todo lo que no me digo a mí misma y vierto aquí, en un espacio público donde pueden leerlo todos. No me gusta mostrarme débil, y por eso no creo que lo publique, y quedará olvidado en borradores. Pero da igual porque mañana ya no sentiré esto y me dará la risa y porque, total, no está muy elaborado artísticamente, que digamos.
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