Érase una vez que se era un cuento nada original, porque empezaba con la palabra érase. Era un cuento ordinario, común, banal y copiado a rajatabla de otros cuentos infantiles, más bonitos incluso. Era un cuento redundante. Era un cuento previsible y delgadito que si se ponía de lado desaparecía de la vista. Era un cuento en Blu-ray Disney. Un clásico entre los clásicos. Pero era un cuento, al fin y al cabo. Llegó a mis manos a través del caballero de la Nariz chata, famoso por alojar en sus orificios nasales dragones de cien colas, que a su vez lo consiguió de manos de un detective entrado en años al vencerlo en duelo con una espada de madera. Pero ya lo decía Sócrates: la madera me da palo.
El cuento decía así:
Érase una vez que se era una torre encantada, tan alta que su mayor enemiga era la luna, que la envidiaba. Pero como la luna es un ser inerte, de ella no diré nada. En la torre vivía Rapunz... Elizabeth, se llamaba. Tenía una melena larga llena de sapos y ranas. Como la torre no tenía puerta, la muchacha encerrada estaba. Por maleficio una bruja habíale confinado en la atalaya. La visitaba a diario, y estas palabras le echaba:
-Tú por ser tan hermosa, que me oigan todos bien, no mereces otra cosa que vivir sin tocar piel.
-¡Envidiosa! -Rapuz.. Elizabeth le ladraba, no era princesa tonta. Tenía una biblioteca fenomenal, y entre sus libros favoritos se hayaba el Capital.
Vera la bruja le escupía en la cara y cada día le lanzaba un hechizo más taimado:
-Por hacerme ese desaire, tu único oficio será peinarte.
Y así fue, durante un año, Elizabeth desgastó diez peines. Sapos y ranas huían de su cabello, que cada día tenía más lustroso y bello.
-Al menos es un buen remedio contra la sequedad, lo que se pierden los de HyS -se intentaba consolar.
Tenía la pobre chica un amigo muy querido, era un enano del bosque que la visitaba en domingo. Hablabale a voz en grito desde la ventana. Y el enano la miraba desde tierra.
-¡Hola, Alexandre, enano de mier...!
-Cállate, foca. Quiero mostrarte algo -y sin más dilación, Alexander dio un salto. Luego otro, y otro más, danzando sin ton ni son y sin seguir un compás. Bailaba el malnacido como si lo hubieran electrocutado. Por no saber, no sabía ni girar sentado. Después de media hora, Elizabeth perdió la conciencia. Se durmió sobre la ventana y el pelo le colgó hasta el suelo. Y si habéis notado que esto no rima, chupaos un dedo.
Mientras dormía, Eli se peinaba. A medianoche, el peine calló a la nada. Un caballero aguerrido pasaba por ahí, y al ver el peine lo cogió con un tirirí. CON UN TIRIRÍ HE DICHO. Lo miró con recelo, sin saber para qué servía. ¿Qué diablos era eso, y esas púas qué hacían? ¿Sería un arma mortal de la bruja de la Guía? (Ese era el nombre del bosque, por si no lo sabíais) Antonio lo miró fijamente, y se lo llevó a la boca.
-Pues comerse no se come -dijo con parsimonia.
Como era cuadrado, echo mano de la imaginación. Metióselo en la pitrina para abultar el pantalón.
Su fiel escudera, Alba, lo miraba con atención. De pronto escuchó un ronquido y alzó la cabeza para observar a la bella princesa dormida en el balcón.
-¡Mire, Sire! ¡Un burro rebuzna en la torre encantada!
-Pero qué dices, chalada, si eso es una muchacha.
Miró el bueno de Antonio con atención a la princesa. Aparte de una buena cara, tenía un buer par de... La rima está clara.
Como era un caballero fino, despertola de un chillido. Elizabeth se sobresaltó y maldijo tanto ruido.
-Ya sabes lo que tienes que hacer -le dijo la buena mujer. Y era cierto, pues en los cuentos era muy famosa la historia de Rapunzel. Así que tiró la doncella su pelo largo y rizado, y Antonio tras subir un metro viose acojonado.
-Oye guapa, que yo no subo, que esto está muy alto.
-Pero caballero, no sea usted deshonrado.
-A la porra la honra, yo llamo a los bomberos.
Y saco Nono su móvil, que era táctil y tenía wi-fi, y pronto un coche de bomberos apareció en el rifi-rifi.
Andrea sacó una escalera de mariposas, y Elizabeth bajó. Y la historia, como siempre, muy bien acabó. Disney compró sus derechos y muchas copias vendió.
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