Debería estar llorando. Debería estar compadeciéndome de mí misma. Debería tirarme de los pelos, romper cosas, tirar abajo muros de piedra, gritar cuánto te odio, irme a un bar y pedir una botella de Jack Daniels con mucho hielo y dejar que la locura me invada como a Jack en el Resplandor. Debería estar peor que la última vez que me hiciste daño.
Pero la cosa ha cambiado. Ahora ya no queda amor. Ya no quedan disculpas. Ya no queda una despedida en la que se me caían las lágrimas porque se me desgarraba el corazón de lo mucho que te quería. La tormenta se ha ido y lo ha arrasado todo, ha embarrado todo lo que creí limpio y puro, ha emponzoñado todo aquello que creí tan firme. Y me ha dejado vacía y confusa.
Devuélveme lo que es mío. Devuélveme aquello que sólo podía dar una vez, aquello que creí que al regalar se me tendría en consideración y lo haría todo más bonito. Te he dado lo único que era verdaderamente mío, te he dado tanto... Te ofrecí un cuchillo, mi cuerpo y una diana en el lado izquierdo de mi pecho, confiando en que lo tirarías todo al suelo y me abrazarías.
Te odio tanto. Te quería tanto. Lo has jodido todo tanto por tu estúpida manía de no saber lo que quieres.
Y, sin embargo, aquí estoy. Con la mente más clara que en los últimos tres meses, por fin libre de tu presencia, porque esta vez se ha acabado para siempre. Así que gracias por hacerlo todo tan fácil, por hacerme tanto daño, por hacerme sentir tan sucia, tan traicionada, tan gilipollas. Ahora te odio y eso es más sencillo que echarte de menos, aunque sé que te esperaré en cada esquina con un dardo envenenado en la mano hasta que logre arrancar tu recuerdo de cada parte de mi cuerpo. Hasta que todas las cosas que hicimos juntos no sean más que estupideces de adolescentes inexpertos.
Sólo espero que te arrepientas hasta el final de tus días de haber cometido este error.
Bonito blog, preciosa entrada.
ResponderEliminarMuchas gracias :D
ResponderEliminar