viernes, 10 de mayo de 2013

Tres sombreros de copa.

-Hoy soñé contigo, una vez más. Me acosas todas las noches, te ocultas bajo mi almohada y apareces desnuda sobre mí. Comprende que te odie, es todo culpa tuya y de tu estúpida sensualidad. Cierro los ojos y te veo: esa forma de vestir que tienes, de chica dura que sólo esconde lo que de verdad lleva dentro, con ese pelo que huele como si la mismísima Afrodita lo hubiera lavado y luego lo hubiera peinado de forma que hasta tu cabello tiene personalidad propia y rebeldía contenida. Tus ojos oscuros me observan desde la oscuridad, tanteándome y sonriendo sin boca, porque saben que si esa boca aparece no tendré más remedio que besarla. 
>> Y eso no puede pasar, ¿verdad? Estamos condenados a errar solos por el horizonte sin saber que no dejaremos de volver al punto de partida. En mis sueños puedo tocarte y sugerir que hagamos esas cosas prohibidas que tú y yo sabemos.Te abrazo y no te resistes, no me dices con voz entrecortada que eso no está bien. Te dejas acariciar y tengo que imaginarme la textura de tu piel y deseo que me hubieras dejado abrazarte cuando tuve la ocasión. En mi sueño eres tú, despojada de imágenes erróneas y falsa moral construida en cimientos que no se sustentan. No entiendo por qué te escondes tanto, si tu interior es hermoso. 
>>No, no digas nada. No quiero que intentes convencerme, porque sé que caeré. Nunca he sido un hombre de principios, y tú me los has quitado. Los has esparcido por el suelo y has ido pisándolos uno a uno, hasta que sólo quedaba la bestia encerrada en una jaula, muerta de deseo, implorando clemencia. Casi la sacas de ahí. ¿sabes? Casi la liberas. Pero pude apartarte a tiempo, y ahora tengo esa extraña calma en la que todo parece fluir tal y como debería. Siento que soy el protagonista de 'Tres sombreros de copa' y sigo estrictamente su guión. Entiéndeme: tengo miedo a dejarlo todo por algo que me parece sumamente efímero. Sé que alargaría la mano para rozarte el pecho y sólo agarraría arena. Porque eres luz, y eres tiempo, pero nunca serás espacio para mi. No me concederás ese privilegio. 
-... 

miércoles, 24 de abril de 2013

lunes, 4 de febrero de 2013

Pararé el tiempo, sólo un momento.

Tendemos a pensar que nunca llegará aquello que más ansiamos. Tendemos a pensar que el futuro es algo que se muestra completamente ajeno a nosotros, que es sólo un concepto universal y que no tiene nada que ver con tu vida. Al fin y al cabo, es el futuro, y eso parece estar a eones de distancia. Estamos anestesiados en cuanto al tiempo. Nos pasamos la vida esperando a que llegue el momento de ir al instituto, de empezar a trabajar, de que lleguen las vacaciones, de encontrar al amor de tu vida... Y cuando llegan, pasan de la forma más fugaz que te puedas imaginar. Y entonces sólo te quedan los recuerdos, dulces o amargos, de lo que estuviste esperando durante tanto tiempo y al final no te llenó ni tan siquiera un poquito.
Cuando era pequeña contaba los años que me faltaban para llegar a secundaria. Cada curso que pasaba me acercaba más a la meta, y eso me entusiasmaba. Era la promesa de una nueva vida, de empezar de cero, incluso la promesa de una de esas americanadas pastelosas con las que nos ha criado Hollywood. Me pasé todo el colegio esperando a crecer, y cuando crecí me di cuenta de que sólo quería volver a ser niña. Me di cuenta de que el instituto tan sólo era un lugar cruel, una jungla donde impera la ley del más fuerte.
Demasiado tarde.
Pero había una nueva meta: la universidad. La fiesta por todo lo alto. La vida del estudiante adulto que folla hasta con las farolas. Incluso quizás me salieran más tetas y me volviera rubia platino con los ojos verdes y empezara a ligar con jugadores de fútbol. Mantuve esa ilusión estúpida hasta que llegué a Bachillerato.
Entonces empecé a crecer, esta vez de verdad, esta vez intelectualmente, y no sólo de forma física. Empecé a echar raíces, a interesarme por las personas. Empecé a encontrar amigos de verdad, esa gente que podría contar con los dedos de una mano y aún me sobrarían unos cuantos. Gente que valía la pena. Empecé a darme cuenta de cómo era el mundo, empecé a tropezarme con paraísos perdidos, y también empecé a amar de esa forma que duele, aunque fuera un momento efímero en mi corta existencia.
Ahora ya tengo respuesta para todo. Pero se me acaba el tiempo. La época de los libros de texto gordos, las tardes con mis amigas, el increíble paisaje de Galicia y su lluvia y sus nubes y su mar azul y los lugares que han ido adquiriendo un significado para mí y todas las frases y momentos absurdos... Están llegando a su fin. Miro al futuro, ese futuro que jamás creí alcanzar, y sólo veo un enorme agujero negro que se traga toda mi adolescencia y al que no puedo evitar. 
Ha llegado la hora de dejar el nido. 
Me asusta. Me asusta mucho, aunque lo haya esperado durante toda mi vida. Mi familia me da igual, sólo me preocupa no saber convivir o no saber manejarme y terminar asfixiada entre un montón de mierda como si tuviera síndrome de Diógenes. Me asusta empezar de cero, porque llevaba haciéndolo toda mi vida hasta que asenté el culo en Vigo. Creo que soy de esas personas que no son de una tierra, si no de su gente. Si pudiera llevarme a la gente que me importa en una maleta, incluso aunque ellos no quieran, incluso aunque tenga que drogarlos, entonces ya no estaría ni la mitad de asustada. Pero dejo la mitad de mi vida aquí, entre mar y montañas, aún con la promesa de hacer todo lo humano y más para no perder el contacto. No quiero tener que volver a buscar a alguien especial, a alguien que valga la pena. No quiero llevarme una decepción tras otra porque la mayoría de los seres racionales son insoportables. Me niego a hacerlo otra vez y a perderme en la gran ciudad.
Y tengo miedo, en parte, de volver a mis orígenes, a no ser aceptada, y a perderme a mí misma y tener que volver a encontrarme.
Miro al futuro y no sé qué hacer, sólo veo un cuadrado negro.

martes, 15 de enero de 2013

¿Cómo se dice cuando ya no hay amor ni odio, si no una mezcla estúpida de ellos dos?


Ya no sé lo que me asusta ni lo que me duele, porque me duele todo. Me duele recordar lo bueno, me duele recordar lo malo, me duele recordar que te odio y me duele recordar que a veces ni siquiera lo hago. Me duele odiar. Ya sabes, de esa manera con la que odian los corazones tristes, los corazones rotos que una vez creyeron estar completos y ahora sólo buscan la mitad que se les ha arrebatado. Me duele el pasado, me duele el futuro y me duele tanto el presente que quema. Duele estar perdida entre tanta rutina, sintiéndote sola en una habitación llena de gente, sabiendo que todo lo que teñía tus días de rosa no volverá a pasar por aquí, que ese tren se fue hace mucho tiempo aunque a veces te eche de menos y vuelva con cualquier excusa, porque tiene una rueda rota, porque ha salido con retraso, porque necesita verte una vez más para quedarse con la última imagen de aquello que una vez quiso y le sigue pareciendo hermoso. Duele pensar que jamás volverá a haber alguien como tú, porque sé que me engaño a mí misma. Pero no veo la luz al final del túnel, no veo a ningún superhéroe que venga a salvarme, nadie se digna por mucho que grite que lo necesito ya. nadie...
Y entonces vuelves, como salido de la nada, rajando mi vida de arriba a abajo de nuevo tras haber creído que todo había acabando, impidiéndome matar el último rayo de esperanza que comenzaba a alejarse de mi ventana. Muchísimas gracias, maldito gilipollas, la has cagado por décima vez en esta relación que nunca fue más que una película mal hecha con el final más destructivo que jamás se haya visto.