lunes, 30 de mayo de 2011

Es un acuerdo tácito.

Ir, de aquí para allá, en un avión privado, recorriendo poquito a poco el mundo. Despertarse en Colombia y acostarse en Túnez. Conocer todas las culturas y saber qué ocurre más allá de tus narices. Hotel en Grecia, algo cutre, pero las vistas son estupendas. Es de noche y el agua está oscura. Las rocas definen el horizonte. Sopla una suave brisa que me remueve el pelo y me estremezco, y siento una mano detrás de mí. Una copa de vino tinto, italiano. Ya sabes que prefiero probar las cosas autóctonas. Pues vayamos a un restaurante. Son las doce, ya es muy tarde. No, vamos, amor, abrirán sus puertas por ti: hoy estás preciosa. Y cogernos de la mano y recorrer las calles, y tocar con la mano las paredes blancas de las casas y manchar de cal el vestido, y no, no hay nada abierto, te lo dije. Pues vamos a pescar peces griegos. No tenemos caña. Pues los pescaremos con las manos, me tiraré desnudo al agua y los cogeré para ti. ¿Y comeremos sushi? Sushi griego.
Y al día siguiente volver a casa, y dónde está nuestra casa, si ya no pertenecemos a nada. Da igual, nos separamos, nos juntamos con otra gente. Y en otra isla estaré con otro chico y ya no pensaré en ti porque tú no pensarás en mí, porque es un acuerdo tácito. Y una fiesta a solas con mis amigas, mojitos a bocajarro, reggeatton en la disco... Vámonos a otra, esta música es una mierda. Jazz y Blues y tocan algo de los Beatles y, aunque no se pueda bailar, ya ni lo notamos por el alcohol. Conocer a alguien más y olvidarme de ti, otra vez, porque sé que cuando vuelva a la casa que nunca tuvimos estarás esperándome.

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