La prima Margaret curvó sus finos y siempre fruncidos labios en una sonrisa de fingida cordialidad, ocultando tras ellos un dardo impregnado en veneno de víbora.
-Querida ¿qué opina de la nueva colección de sombreros de París?
Alcé la vista hacia su rostro.
-Sublime, sublime -no tenía ni repajolera idea de lo que me estaba hablando-. Unos sombreros exquisitos -y me imaginé a mí misma comiéndome uno.
-¿Y cuál es su preferido? -Miss Smith se inclinó hacia mí y me sirvió una taza de té. El líquido calló sobre el recipiente con un sonido que me recordó al de un caballo orinando sobre el asfalto. Volutas de humo ascendían de él, arrebolándose en el ambiente y dispersándose como niños traviesos o diablillos salidos del infierno.
-El que tenía la cinta verde -siempre había uno que tenía la cinta verde, con eso no podías fallar. Era tan seguro como que en invierno hace frío y tan común como la frigidez entre las mujeres de la clase alta londinense. Bueno, puede que un poco menos que eso.
-Oh, yo ese lo encontré horrendo. Pero bueno, ya sabemos que tú gusto es algo peculiar.
-Yo sólo quiero lo mejor para mi cabeza.
-A veces lo mejor no siempre es lo más adecuado -y la mujer que se sentaba cerca de la prima Margaret tomó un sorbo de té como para dotar sus palabras de lapidaria serenidad. Se hizo un silencio de aprobación, aunque todas sabíamos que lo que había dicho no tenía ni una pizca de sentido. Apodé a la mujer Miss Mema y decidí que sus frases ya sólo serían un canto molesto para mí.
-Ayer Guinevere vino a visitarme con unos guantes de piel de corderillo -otra repipi, vestido verde-. ¡De piel de corderillo, imaginaos!
-¡De piel de corderillo!
-¡Oh, Dios mío!
-¡De corderillo!
Por un momento, la sala quedó en silencio y todos los ojos se dirigieron a mí, esperando que diera un bufido de indignación ante el desfavorable uso de la prenda de Miss Guinevere.
-¡Guantes... feos! -mi cerebro le pegó una patada a mi lengua por desobediente. Miss Mema se tapó la boca con una de sus finas y arrugadas manos para ocultar la carcajada que pugnaba por salir de ella. Las viejas arpías me miraban con incredulidad.
El momento incómodo duró sólo unos instantes hasta que, instigadas por el amor al cotorreo, la de verde graznó:
-Desde luego hay gente que usaría diamantes a la hora del desayuno -desde luego,desde luego. ¿Qué sería lo próximo? ¿Fumar sin filtro? ¿Beber sin copa?
-Hablando de eso, el otro día, en el Brunch de Mr. Swiper, vieron a Lady Lilliant tontear con el ricachón de Venezuela.
-¡Oh, madre de Dios! Está usted tomándome el pelo, pero si ese hombre tiene cincuenta años.
-¡Y la chiquilla dieciocho!
-¡Y el señor una mina de oro! -solté sin tapujo alguno posando el té sobre la mesa-. De lo que se deduce que el amor no es ciego, si no interesado.
-Bueno niña, las cosas son así. Hay que pensar siempre en lo mejor para la familia y para Gran Bretaña -y la vieja vestida de negro acompañó su discurso haciendo la señal de la cruz y besando su rosario. Estaba segura de que Dios lloraba por su culpa en algún lugar del Reino de los Cielos.
Mordisqueé una pasta ignorando el comentario de la señora de luto.
-Lalalalalala.
De todas formas, sí era verdad lo que decía.
-Lalalala.
Aunque me negaba a creer que yo sufriría el mismo destino.
-¡Lalalalalala!
-¡Morgana!
-¿Qué?
-Miss Rawen le está hablando -mi prima rechinaba odio y sus ojos me gritaban cándidamente que la estaba dejando en ridículo.
Miss Rawen, claro. Miss Mema.
-¿Sí?
-Decía que cuándo pensaba casarse la señorita -un retintín reprochador bañaba todas y cada una de las sílabas que pronunciaba.
Tintineé el dedo índice derecho sobre la pasta, toquetéandola un poquito. Me eché hacia atrás en el sillón, Mire a aquella mujer de pelo blanco y ojos fríos. Me reí de ella interiormente. Me mordí el labio inferior y puse los ojos en blanco. Torcí el gesto, crucé las piernas, las descrucé y lancé la galleta al aire. Me levanté.
Me aburría soberanamente.
-Soy lesbiana.
Y salí de la habitación vanagloriándome de aquella mentirijilla que me libraría para siempre de la hora del té. -Ah, y creo que estoy enamorada de Margaret.
Jaque mate.
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