domingo, 3 de junio de 2012

Ojalá se me olvidara hasta tu nombre.

Y aún después de todo este tiempo el pájaro de mi pecho sigue cantando cuando te veo. Aletea incansable cuando nuestras miradas se cruzan y yo la aparto con algo parecido al asco y el miedo. Me gustaría coger una escopeta y bucear en ese lugar al que llaman corazón para romperlo y enterrar al ruiseñor más abajo de mi vientre, en un amasijo de vísceras y sangre, para que cuando cante me haga vomitar.
He hecho seis documentos en la oficina de mi mente en los que expongo la razón de mi querella y te denuncio  por maltrato. He convencido a mi lengua para que escupa veneno sobre tu nombre y me he prohibido nombrarlo por completo y paladear sólo una burla de él. Todo lo que es puntiagudo me recuerda a ti y no puedo evitar odiarlo.  Me he inventado maneras de resetear la memoria para no buscarte en cada rincón del mundo, doblando la esquina del bulevar de los sueños rotos, en los barrios de Suburbia. He asentido y he salivado palabras que sentía en parte, porque lo cierto es que te desprecio. Porque tú me has hecho daño.
Y ya solo echo de menos esa complicidad que al mirar desde un plano tan alejado como el presente encuentro falsa. Veo un retrato en el que te observo con una sonrisa y tú miras al frente, esperando encontrar una manera de alzarte sobre mí y cubrirme con el manto que robaste a Narciso. Y me pinto una cara de aceptación porque me conformo con mirarte desde el suelo, cuando lo cierto es que yo misma me he cavado el agujero en el que me metiste.
A veces me golpean recuerdos que abren sus alas como cuervos negros y entonces mi propio cuerpo se estremece de repugnancia. Y sacudo la cabeza, intentando espantarlos, pero hay lugares que ya son sólo una prueba del pecado que cometimos.
Y si, y si, y si. Y si pudiera volver al pasado, prohibirte acercarte a mí, cambiarme el vestido negro, desviarme tres metros a la derecha, no preguntar por nada, no apostar por causas perdidas, no ser tan caprichosa... Saber. Saber que yo estaba ahí para todo y tú te encontrabas ausente, sentado en tu trono sin corona, alabado por tus perros falderos, tus bufones y tus bailarinas exóticas. Y ahora lo siento, ya es demasiado tarde. Te has convertido en un tirano, y tus perros te han mordido, tus bufones te han convertido en su chiste particular y tus bailarinas exóticas han descubierto el tamaño de tu pene.

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