La forma de entender algo es lanzando la pregunta al aire, dejando una incógnita sin resolver. Darle vueltas, torturarla, pisotearla y mofarse de ella hasta que quede en un rincón olvidada, machacada por el peso de tu melancolía, traumatizada e inservible. Deberás entonces irte, irte lejos. De vacaciones en la Roma que nunca has visto, con una maleta de cuero y lo indispensable para sentirte guapa, con un pañuelo que huela a salvaje primavera y unas gafas de sol de cristal oscuro que oculten la perversión de sus ojos.
Un clavo saca a otro clavo y huir es la solución a todos tus problemas. La piedra del camino que habías apartado parecerá entonces una minúscula hormiga fácil de aplastar, tan distante en la lejanía, tan cerca del principio y sin posibilidad de acceder al final. El circunloquio será un camino yerto que seguirás con inocencia, con una sonrisa en la cara, sobre los zapatos de tu confianza.
Y entonces pum, pared. Pared y piedra para la persona que creía haber maltratado al problema hasta hacerlo llorar de rabia.
La roca, ahora más grande y pintada de verde por el musgo y la borralla, se habrá convertido en un cúmulo de sedimentos reprimidos, aplastados con la esperanza de ser olvidados en lo más hondo del rincón de los lamentos. Será un señor Mineral con monóculo y bigote de pega, zafio y mezquino como sólo los más negros sentimientos del alma habrán sabido gestar.
Golpeará la piedra la fina capa de cristal que cubría el risueño rostro para hacerlo sangrar de hipocresía, y será entonces cuando suenen las trompetas y empiece una nueva guerra civil en tu conciencia.
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