miércoles, 4 de julio de 2012

No me...

Ola, en una corriente. Nace, suave, en un lugar que no conozco, y mecida por la luna navega hasta la orilla, donde rompe cruelmente. Está fría, porque en esta playa no hay nada caliente. Baña mi piel empezando por los pies y siguiendo hasta la cabeza, envolviéndome en un helado manto de indiferencia. Ya no lucho contra la corriente, pero aún me mantengo firme en la arena. Mis manos agarran con desesperación las partículas desintegradas, arañan el cristal y se cortan con las afiladas conchas que se remueven en el agua. Es un ritmo constante. La ola crece, golpea con insistencia y se prepara para otra arremetida. Pero sigo sujeta a la tierra, enterrando mi cuerpo en la arena mojada aunque no sea un buen asidero. 
Mientras la marea me lleva hacia el oscuro fondo marino, ese que es tan hermoso pero esconde un gran peligro, en la orilla tiran de mi unos cangrejitos de finas y sinuosas patas. Me pellizcan la mejilla intentando despertarme del letargo, chillando con odio y miedo. Sé que están preocupados por mí, porque pronto me tragará el océano y allí no podrán seguirme. Sin embargo intento no escucharlos y sé que los negros me están mintiendo, mientras el mar clama con dulzura que me adora y susurra mi nombre a la espuma. Las sirenas acarician mi piel y su canto es hechizante. Sé que los cangrejos se están hartando de mí, y pronto será inevitable que bucee entre la sal. Pero las sirenas me atraen con tanta insistencia...
De momento el cielo está despejado, y luce un sol espléndido. El mar es azul, tanto que duele mirarlo, y brilla en la cresta de las olas que arrastran a los peces. Es hermoso, ¿verdad? Incluso él sabe que es hermoso. Sólo espera a la tormenta que llegará en cuanto me trague para escupir mis huesos sobre la tierra y sembrar con ellos palmeras de desdicha. Palmeras de las que todos se reirán, despreciable humanidad.

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