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Creo que la superficialidad es mi segundo nombre. |
jueves, 29 de diciembre de 2011
Me dijeron que jugaba con mis presas, pero no contaban con que la presa suelo ser yo.
Como un gato que juega con un pobre e infeliz ratón antes de comérselo. Todos lo hemos visto alguna vez, ese comportamiento cruel tan impropio y a la vez tan arraigado en ellos. Es una buena metáfora. Imaginémonos en la situación del minino: estamos siendo malos, pero es gratificante. Nadie le ha dicho al gato que está mal, nadie le ha enseñado a base de golpes lo que no debe hacer. Nadie le ha dicho que debe tener en cuenta los sentimientos del roedor y que la muerte rápida será menos dolorosa. De hecho, lo sabe, pero le importa un bledo: se está divirtiendo. El gato caza ratones porque se supone que es su función, está ahí para eso. No es un gato que está de adorno para que los niños jueguen con él y lo acaricien con sus pringosas manitas, el gato no está ahí para aguantar con parsimonia lo que le echen. No va a comer pienso de un plato porque no se lo ha ganado tumbándose panza arriba para que lo acaricien. El gato caza, y el gato se alimenta él solo. Quizás las presas que consigue no son tan suculentas como el pienso del supermercado, ni abunden tanto. Quizás ni siquiera sepan bien, y, quizás, solo uno de cada tres ratones sacie de verdad el apetito del animal. Quizás el gato no sea tan bonito como el persa del vecino, que tiene tres fincas en Castilla y un bigote fino y repeinado, pero en su mezcla de razas indiscernible conserva una belleza salvaje y unos oscuros y enormes ojos felinos. Así que el minino se divierte dándole pequeños golpes al ratón con sus patitas, acariciándole los bigotes y mordiéndole la cola hasta confundir a su pequeña presa. Porque el ratoncito ha encendido una chispa de esperanza en su diminuto corazón, el cual late más rápido que el galope de un caballo asustado. El roedor cree que se podrá salvar, que el gato jugará un poco con él y luego lo soltará, o quizás que ha encontrado un nuevo amigo. Pobre iluso. El gato lo mata de un zarpazo y se lo come. Porque estaba visto, estaba cantado que iba a hacerle daño. Porque no era un ratón que valiera la pena. Esos están en casa del vecino, paseándose delante del persa que duerme con indiferencia, y vanagloriándose de su suerte y de lo gordos y sanos que están. Por eso el gato más feo y a la vez más hermoso siempre tiene hambre.
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