Todo me sale mal. Es una frase que me llevo repitiendo demasiado tiempo, y dicen que cuando te convences de un mantra, se hace realidad.
Se ha hecho realidad.
Sé que soy demasiado joven como para lamentarme por este tipo de cosas, pero estoy harta de meterme de hostias contra la pared. Pensé, quizás, que esta vez sería distinto porque él era distinto. Pero se ve que soy extremista: o muy lanzados o muy monjitas. Vamos a dejarlo correr porque nos precipitamos demasiado. Lo pienso y me parece una excusa. En cuatro días no puedes saber lo que sientes por una persona. En cuatro días no podías conocerme. ¿Te digo la verdad? No sabías si te gustaba. Y creo que no te gusto. Por lo menos no lo suficiente como para arriesgarte. Yo estaba dispuesta a arriesgarme, y estaba tranquila, jamás había estado tan tranquila.
Lo peor es que hablamos más ahora que antes. ¿Cómo debo tomarme eso? ¿Es un problema mío que me viene de fábrica? ¿No poder hablar con la persona que me gusta? Fue automático, lo dejamos y, ¡puf! a hablar riéndonos como locos. Pero no puedo mentirte. Te dije que iba a seguir todo igual. No puedo estar contigo sin que me duela, sin emparanoiarme porque me parece que te meten fichas y que metes fichas a todo Dios. Te dije que no era celosa, mentí. Lo peor es que el daño ya está hecho y no te puedo echar del grupo. Te vas a quedar ahí y voy a joderme yo. Ni siquiera parece que te afecte esto. Pareces tan tranquilo, como si te hubieras sacado un peso de encima. Por eso sé que no te gustaba, ni te gusto. Por eso sé que, cuando la gente me dice: ''quizás quiera conocerte mejor y volveréis a salir en un tiempo'' sé que mienten.
Yo no acertaré nunca.
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