Áticos de Paris.
Me volví y entré en el ático, que estaba lleno de cajas embaladas. Cada caja contenía un lienzo, pinceles y todo tipo de artilujios de pintura. Había una pequeña maleta apoyada en la puerta que daba al piso de abajo. Comencé a deshacer las cajas y a sacar toda suerte de cachivaches. Coloqué lo más inútil en la zona que se encontraba con el techo empinado. Olía a madera recién barnizada.
-¡Lili! -gritó una voz que provenía de la primera planta.
Sonreí, era su voz. La voz del hombre que me había raptado para llevarme a Paris.
-¡Pierce, has vuelto!
Me precipité escaleras abajo, hasta que mi cuerpo se topó con el de él. Nos fundimos en un cálido abrazo, de esos que son como café por las mañanas.
-¿Te han dicho algo?
-Sí... -respondió con una mirada enigmática que se reflejaba en sus ojos verdes.
-¿Y...?
-Y... -hizo una pausa para ponerme aún más nerviosa. Le encantaba hacerme sufrir-. ¡Mañana empiezo a trabajar!
Torcí el gesto. Pirce era piloto. Para él trabaja significaba quedarse unos días en otro lugar, alejado de mí, para llevar a un puñado de turistas a su destino.
Lo habían transladado hacía una semana a Francia, y yo me había ido con él sin dudarlo. Jamás hubiera dejado que renunciase a semejante ascenso por mí. Además, con un novio piloto... ¿quién necesitaba estudios? Aún me quedaban cuatro años para terminar la carrera, pero había fracasado estrepitosamente el primer año y había repetido curso. Pierce me decía en muchas ocasiones que no había elegido la carrera correcta, que empresariales no era para mí. A mí solo se me daba bien pintar.
-¿A dónde vas?
-A Madrid, creo -vaya, qué paradójico, acabábamos de llegar de allí-. Solo será un día, mi amor. Regresaré por la noche.
Asentí. Eso estaba bien. Me daría tiempo a recorrer la ciudad yo sola y decidir cuáles serían mis lugares favoritos allí. Quizás, con un poco de suerte, encontraría una buena cafetería que preparara los cortados que a mí me gustaban.
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Huele a mar y a risas. |
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